Ella enredaba su pelo en sus patas,
y sus patas en mis ojos.
Sus patas jugaban con
la forma en que su pelo
flameaba con el viento
que autos y colectivos
le llevaban a su oído.
Y entonces, como espasmo,
su oído (y su cuello)
se movían lado contrario.
Yo olfateaba a un metro
un perfume imaginario
de pino y jabón;
y leche mal digerida.
La vi por un momento
en un baño de inflexión.
Y como si mi cuerpo
se zambullera en su boca,
cuando hablaba,
como pez,
como pez nadando contra corriente,
muriendo en cada instante
en que sus palabras
me enredaban en su pelo,
y su oído (y su cuello)
se movían lado contrario
aparecían uno a uno
lugares como epidemia,
que yo sólo podía entrever,
esperando poder visitar.
Y así,
mientras nadaba a través de su boca,
sin siquiera imaginarlo,
yo olfateaba por dentro
un perfume solitario
que era mío y no de ella.
Y mis ojos se enredaban
en sus patas que,
jugando con su pelo,
olían a pino y jabón;
y muerte mal digerida. Me vi por un momento
en un paño de inflexión.
Y como si su cuento se zambullera en mi boca, cuando hablaba,
como pez,
como pez nadando con la corriente,
viviendo en cada instante
en que mis palabras
me enredaban en su pelo,
y su oído (y su cuello)
me movían lado contrario
sucumbían una a una
ficciones como tragedias,
que yo sólo podía contar,
esperando poder olvidar.
Y así,
mientras contaba a través de mi boca,
sin siquiera yo imaginarlo,
ella olfateaba de lejos
un perfume imaginario
de pino y jabón,
y suerte mal digerida.
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